En una ciudad donde los cubrebocas eran más que una necesidad, uno en particular se destacaba. Con un diseño audaz de dientes filosos, parecía salido de un sueño inquietante. Quien lo usaba no pasaba desapercibido; era una mezcla de miedo y fascinación. Un día, alguien encontró el cubrebocas en una tienda de antigüedades. Al colocarlo, sintió una extraña conexión con él. Caminando por las calles, la gente se apartaba, pero también miraba con curiosidad. El cubrebocas tenía un efecto magnético, atrayendo tanto respeto como temor.
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