En un reino olvidado por el tiempo, existía una armadura dorada que solo cubría el brazo derecho. Esta armadura, forjada en los fuegos celestiales, era un regalo de los ángeles a los mortales. Se decía que quien la portara recibiría la protección divina, un escudo invisible que repelía cualquier mal. La armadura no tenía dueño fijo; aparecía solo en momentos de gran necesidad. Una noche, bajo la luz de una luna llena, un guerrero solitario encontró la armadura en el corazón de un bosque encantado. Sin saber su origen, se la colocó y sintió una energía cálida recorrer su cuerpo. En ese instante, una voz susurró en su mente, prometiéndole protección y fuerza
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